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La Hoja Federal

Número Extraordinario

 

 

 

 

 

Agosto de 1972

 

 

Revista GENTE

 

 

 

Fotos de Antonio Legarreta

correspondientes al reportaje

impreso en Revista Gente.

Reportaje a Francisco Manrique

por Néstor Barreiro

De nuevo la casa, de nuevo la calle

Es la segunda vez que renuncia a su ministerio, pero ahora lo hace en un momento muy especial: dentro del plazo fijado para tener posibilidades políticas futuras. Vivimos con él su primer día luego de la salida de su cargo y su primer almuerzo en su casa desde hace dos años. Hablamos de muchas cosas, y entre ellas especialmente de su tan comentada candidatura a Presidente de la Nación. 
Entre un sábado y otro hay ocho días. Y hay ocho días entre aquella tierra fina que se metía por todos lados y este barro colorado y pegajoso que no se atreve a llegar más allá de la suela de los zapatos. A la tierra fina y altanera la empujaba el viento de Salta; al barro colorado y pegajoso, las ruedas de los autos y colectivos que pasan por la calle Talcahuano entre Santa Fe y Arenales. Y es que
también hay ocho días entre el último viaje de Manrique como ministro de Bienestar Social y su primer fin de semana después de su renuncia.
Gente: ¿Dolió? 
Francisco Manrique: ¿Si dolió qué? 
G.: Cuando usted era periodista, cada vez que no le gustaba un ministro decía… 
F. M.: ¡Ah, si, cómo no me voy a acordar! Yo decía: “Renunciá, ministro, total no duele…” Y era cierto, che, no duele… 
G.: ¿Nada? 
F. M.: Duelen algunas cosas, no la renuncia en sí misma. 
G.: ¿Por ejemplo? 
F. M.: No, son cosas de las que prefiero no hablar. 
El viaje a la provincia de Salta según el ex ministro era el número ciento catorce; según algunos de sus colaboradores más inmediatos, el ciento quince; pero, según la gacetilla distribuída por la oficina de prensa del ministerio, era el ciento trece, y el primer uno estaba algo separado de los otros dos, como indicando un error de imprenta, o un desenlace poco afortunado, como sugirieron algunos fatalistas que creen en los malos designios. Pero nadie le hizo caso a ese trece accidental, y creímos firmemente en que Salta no sería la última provincia que lo recibiría a Manrique y los muchos millones de pesos que lo acompañaban en cada una de sus visitas. Y más aún: todos los colegas salteños habrían jurado sobre la tumba de Güemes que si Manrique renunciaba lo iba a hacer el 24 de agosto a las
doce menos cinco de la noche, o sea exactamente sobre el filo de la expiración del plazo fijado por la Junta de Comandantes para los funcionarios que tuvieran pretensiones políticas. Y no hay que ser demasiado despierto para pensar que Manrique las tiene. 
G.: Va a ser candidato ¿no? 
F. M.: ¿Y yo qué sé? 
G.: ¿Cómo que no sabe? 
F. M.: ¿Qué quiere? ¿Que me vaya ofreciendo por todos los partidos a ver si alguno me quiere cómo candidato? No, no sé, realmente no lo sé. Y ni siquiera tengo tiempo de formar un partido político. 
G.: ¿Y si tuviera tiempo, lo haría? 
F. M.: Pienso que si tuviera un mes de tiempo, podría formarlo… Acá es; vamos a tomar un café. 
Nos limpiamos el barro de la calle Talcahuano en la alfombra de Giorgio, y nos acercamos a la barra. Son las doce del mediodía del sábado. Ibamos a salir a navegar en el viejo crucero de Manrique, pero la lluvia nos obligó a quedarnos, y el ministro entonces nos invitó a almorzar a su casa. Perdón, el ex ministro. 
F. M.: Ahora me doy cuenta de lo importante que es no haber cambiado nunca ni mi manera de ser ni los lugares a los que voy. Siempre vine a tomar café acá, así que ahora nadie puede decir: “Viste, como no es más ministro, volvió éste por acá”. No, no lo puede decir porque seguí viniendo y hablando con todo el mundo, igual que siempre. 
G.: Y cómo fue su primer día después de la renuncia? 
F. M.:Un fracaso: dormí todo el día. Me fuí a mi vieja oficina de la Galería Güemes, donde nació “Correo de la Tarde”, y empecé a acomodar papeles y a sacudir un poco la tierra; ví el sillón, y me tiré para descansar un rato. Bueno, dormí siete horas corridas... Lo que pasa es que mientras uno está en actividad no se da cuenta, pero en cuanto se relaja, se desploma. Y como yo no soy un tipo pasivo, necesito moverme rápidamente. Otra cosa que debe influir es que estoy tomando menos café. Tomaba alrededor de cuarenta, y cuarenta cafés son cuarenta terrones de azúcar, y así compensaba lo poco que como. Creo que le voy a hacer caso a un amigo que me recomendó que lleve terrones de azúcar en el bolsillo. ¿Me acompaña hasta la otra cuadra? Le voy a comprar un regalo a mi hija…

Volvemos al barro. Cruzamos Talcahuano entre maderas y esquivando zanjas. 
F. M.: ¿Vé? ¿Cómo quieren que este país camine? En el tiempo que yo fuí ministro esta calle la rompieron seis veces. Primero, vinieron los del teléfono; después, los del gas; después, Obras Sanitarias… Y todo es igual. No hay orden, nada se programa debidamente. 
Cuando llegamos a la vereda de enfrente, un señor lo toma del brazo a Manrique: “¡Señor ministro!” 
F. M.: ¿Ministro? ¡Ministro de magoya soy ahora!… 
“Para mi sigue siendo el ministro; quería felicitarlo, y de paso pedirle…” 
F. M.: Pero yo ya no soy más ministro, mi amigo. 
“Bueno, si, ya sé, pero tal vez usted…” 
F. M.: Déme, a ver qué es. 
“Es la jubilación, que no me sale, ¿sabe? 
F. M.: Está bien, déjemelo, a ver qué puedo hacer. 
No cuento este episodio porque sí nomás. No. Es que en la media hora que estuvimos en la calle se le acercaron por lo menos doce personas a pedirle algo, igual que cuando era ministro. Por fin, entramos a un pequeño local de la avenida Santa Fe, y Manrique pide que le muestren algunas cadenas de las que se usan ahora para su hija María Teresa, que tiene trece años. Le muestran varias; elige una; pregunta el precio y pide una rebaja. Se la cobran con un descuento del veinte por ciento y le regalan dos dijes de plata para aplicarlos en la misma cadena. Salimos y lo llaman de otro negocio; la dueña le dice que hace mucho tiempo tiene ganas de regalarle algo a su mujer. Manrique protesta un poco, pero no le queda más remedio ante la insistencia de la señora que aceptar un pastillero de Limoges. Pasamos por la farmacia, donde compra Supradym, y entramos a la juguetería Colón.

F. M.: Tengo que comprarles algo a mi nieto y a mi nieta porque los voy a visitar esta tarde. ¿Sabe que la única vez que abandoné el ministerio fue el día que la iba a anotar a mi nieta? Me enteré de que le querían poner Ana Luisa y me fui volando. Llegué justo a tiempo para salvarla a la pobre chica de tener que llevar ese nombre toda la vida. 
G.: ¿Y cómo se llama? 
F. M.: ¡Verónica! ¿No le parece que es mucho más lindo? 
En cuanto entra a la juguetería se abalanza sobre un triciclo que parece un aparato para andar por la Luna. 
F. M.: ¡Esto! ¡Esto es justo para Gonzalo! ¿Cuánto cuesta? 
“Veintinueve mil quinientos” le informa la vendedora 
F. M.: ¡Uuuuuhhhh! Es muy caro… ¿Qué otra cosa puedo llevar para un chico de dos años? 
La vendedora le muestra muchas cosas más, pero el sigue dando vueltas alrededor del triciclo. Uno de los dueños se acerca a conversar con Manrique, y termina convenciéndolo de que lo mejor que le puede llevar mucho mejor que el triciclo, incluso es un pequeño karting de material plástico y aluminio. 
F. M.: Si, me gusta mucho, y Gonzalo se volvería loco, pero tengo nada más que diez mil pesos… ¿Se lo puedo pagar el lunes? Yo paso por acá todos los días. 
Se lleva el karting para Gonzalo y una muñeca para Verónica. Volvemos a su casa y esperamos que la tortilla y las croquetas de papas que iban a ser el almuerzo marinero se readecuen con el agregado de un buen asado para el almuerzo en su casa. 
G.: ¿Qué va a hacer ahora? 
F. M.: Antes que nada tengo que buscar trabajo para vivir. 
G.: ¿Tiene algún ofrecimiento?

F. M.: Si, tengo una oferta de una cadena de diarios europeos que se editan en Inglaterra, Suiza, Italia y Francia. Necesitan un corresponsal que conozca el problema político argentino, y creo que yo les puedo servir. Pero mi problema es que todos creen que porque yo fui ministro me tienen que ofrecer cosas importantes, y lo que yo necesito es nada más que un trabajo para vivir. 
G.: ¿Cuánto ganaba usted como ministro? 
F. M.: No sé, realmente no sé. Y le voy a explicar por qué. Nadie va a poder decir que he sido un mantenido del Estado, porque siempre me hice descontar todos mis gastos del sueldo. Entonces, mi sueldo dependía de que almorzara o no en el ministerio, o de si fumaba más o menos. Me he pagado hasta el jabón que usé para lavarme las manos. Y por eso no sé cuánto ganaba. 
G.: Pero debe saber cuánto necesita para vivir. 
F. M.: Y… qué sé yo… A casa traería unos trescientos mil pesos, así que podría vivir tranquilamente con el sueldo de un jefe de redacción. Claro que quien me empleara debería darme todas las garantías de que podría opinar libremente si ninguna clase de limitación en mi trabajo, que por otra parte es como debe ser. 
Nos llaman a la mesa. Hernán, su hijo de veintidos años, estudiante de ingeniería, está viendo por Canal 11 la primera película que se filmó sobre Tarzán, con Johnny Weissmuller y Maureen O’Sullivan. Manrique come apenas un poco de tortilla y después lucha denodadamente, pinza en mano, intentando armar la cadena de su hija con una buena provisión de dijes. Lo llaman por teléfono y cuando vuelve anuncia que el 19 tiene que ir a Córdoba porque lo ha invitado un grupo de gremialistas. Su mujer le recuerda que ese día se compromete Pablo, su otro hijo soltero, que tiene 24 años y estudia derecho. Y Pablo agrega: “Además, pelea Monzón, viejo” 
F.M.: ¡Ah, no, entonces no puedo ir! Voy a arreglar para que se haga la semana que viene. 
Cuando terminamos de almorzar llega Sergio Villarroel, que viene a hacerle un reportaje para una radio de Río Cuarto, Córdoba, de la que es corresponsal. Y poco después, Manuel Zenteno, que viajó desde Salta para pedirle autorización para darle su nombre a unos barrios inaugurados recientemente. Manrique se niega terminantemente, y el salteño le explica que eso se había resuelto en una asamblea de más de dos mil personas. El ex ministro insiste en su negativa, y entonces Zenteno le dice que ya que no acepta, ellos van a formar un movimiento político para lanzarlo como candidato a la presidencia. Manrique le explica que ya no hay tiempo para formar un partido político, y el salteño se va muy preocupado, pero asegurando que ellos van a conseguir que sea presidente. 
G.: ¿Y por qué usted no quiere ser presidente? 
F. M.: Yo no dije que no quería. 
G.: Entonces ¿quiere? 
F. M.: Vea, le voy a explicar que esto no es cuestión de querer o no querer. Yo tengo mucho pudor como para decir que me gustaría ser presidente. La gente no sabe qué opino yo de muchas cosas como para que se me lance a una candidatura política. Y realmente, no entiendo por qué se insiste tanto en este punto, es decir, si voy o no voy a ser candidato. 
G.: Y si no fuera candidato, ¿por qué iba a renunciar antes del 25 de agosto? 
F. M.: Porque no creo en las proscripciones. Y mucho menos aún en las autoproscripciones. Y quiero aclarar de una buena vez por qué renuncié en el momento en que lo hice. Yo no estaba de acuerdo con varias cosas del Gobierno. 
G.: ¿La conducción política o la conducción económica? 
F. M.: Fundamentalmente, la política, pero tampoco estoy de acuerdo con la económica. Entonces tenía que renun-ciar. Pero si hubiera renunciado des-pués del 25, los políticos se me hubie-ran echado encima en cuanto yo opina-ra en contra del Gobierno diciendo que yo no podría reclamar el derecho de hablar porque me había autoproscrip-to. 
G.: ¿Y por qué el general Lanusse no quería que usted renunciara? 
F. M.: Porque piensa que mucha gente va a creer, si yo no me autoproscribo, que todo es una trampa. 
G.: ¿Y usted no lo piensa? 
F. M.: No, tal vez esté equivocado yo, pero creo que si uno sabe que juega limpio no se debe preocupar. Y creo firmemente que soy más útil al proceso de institucionalización desde afuera que desde el Gobierno. 
G.: Mucha gente piensa que no va a haber elecciones. 
F. M.: ¡Es que si no hay elecciones, este país revienta por los cuatro costa-dos! Y le puedo asegurar que en el Gobierno que integré existe la voluntad inalterable de que haya elecciones. 
G.: ¿Y si le tocara ser presidente a usted? 
F. M.: Lo único que le puedo decir es que sería un buen presidente. Sobre todo, viendo quiénes son los candida-tos… En nuestro país debe haber más de un millón de hombres capaces de ser presidente, pero seguimos todavía con los mismos personajes de siempre y discutiendo las mismas pavadas. Entonces, ante ese panorama, sí doy el grito y digo que me siento capaz de ser un buen presidente. 
Salimos para la casa de su hijo mayor, Carlos Francisco, al que le dicen “Pampa”, que tiene 27 años, dos hijos, y es uno de los médicos que no se plegaron a la última huelga. 
F. M.: Pero no lo hizo porque sea mi hijo sino porque tuvo oportunidad de hablar conmigo sobre el problema un poco más que sus colegas, y entiende el proceso perfectamente. ¿Tomamos otro café? 
Volvemos a pegarnos en el barro y a limpiarnos los zapatos en la alfombra de Giorgio. Mucha gente a creído observar siempre que los periodistas tienen cierta debilidad por Manrique, y tal vez sea cierto: es que respetamos mucho a los funcionarios que son capaces de tomar tanto café como nosotros.
F. M.: Es que yo también soy del gremio. ¿Y quiere que le diga una cosa? Creo que los gobernantes deberían haber sido antes periodistas, porque los periodistas cuando lo son de verdad son los individuos más sensibles, los que mejor conocen a la gente y sus problemas. 
Llegamos a la casa de su hijo mayor. Gonzalo duerme y Manrique lo despierta y le muestra su regalo. 
F. M.: Mirá el auto que te trajo Paco. ¿Qué te parece, eh? 
Es bastante desagradable sentirse de más, y así nos sentimos mientras el abuelo de Gonzalo Manrique, que tiene dos años y es nieto del ex ministro de Bienestar Social, intentaba enseñarle a manejar el volante y los pedales del karting. Uno trata de borrarse, de esconderse entre los libros o detrás de su cigarrillo, pero sabe que sobra. Por fin, nos vamos. A las siete y media llegamos a Canal 11, donde grabó el programa que se vió el domingo a las diez de la noche. Y allí noté lo mismo: lo único que la gente quiere saber de Manrique es si va o no va a ser candidato a la presidencia de la Nación. A lo mejor, cuando usted lea esta nota, ya se ha develado la incógnita, pero hasta acá, hasta este pedacito de papel que estoy escribiendo, Manrique me juró que ni él mismo lo sabe.


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