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La Hoja Federal

Número Extraordinario

 

 

 

 

 

 

 

Julio de 1975

 

Revista Satiricón

Reportaje de Rolando Hanglin

 

 

Francisco Manrique

Una conversación desprejuiciada con el único político independiente de Argentina

Es un conductor carismático que despunta como esperanza del liberalismo confiesa su desazón cuando lo llaman loco y dos extraños amores: un barquito destartalado y cierto árbol viejo, fulminado por un rayo, del que conserva un pedazo.

La idea más zarandeada de los últimos años de política argentina se expresa sencillamente en una palabra: las “ins-tituciones”. Todos los sectores del país procuran respaldarlas, fortificarlas, salvarlas, respetarlas, con la evidente excepción de un grupo -mejor dicho: varios- que se empeñan en destruirlas. Dichas instituciones no son ni más ni menos que la Democracia en su estruc-tura legal: el Parlamento, el Poder Judicial, los comicios. Mal que les pese a muchos, tales elementos configuran el ABC del liberalismo argentino, pro-mulgado desde 1810 hasta 1853 a lo largo de una historia turbulenta que cristalizó en una Constitución. Por eso el liberalismo -como idea, como movi-miento, como mentalidad- ocupa un lugar central en la preocupación de todo ciudadano sensato.
Estas son las razones que abonan la elección de Manrique.
Siempre que el personaje concuerde verosímilmente con el tema, se le pregunta -entre otras cosas- cómo pe-lea, cómo se emborracha, si aprueba el divorcio, si odia a los judíos, si alguna vez se drogó, si cree en Dios, y algunas otras impertinencias que se han ido repitiendo a través de Alvaro Alsogaray, Armando Bo, Astor Piazzola, y el propio Manrique. Esta reiteración es delibera-da, toda vez que procura establecer paralelos entre las grandes figuras de la vida nacional, y ciertos detalles como los apuntados contribuyen a delinear los rasgos íntimos del temperamento y las inclinaciones espontáneas del indi-viduo.
Manrique viste con modesta seriedad: un pantalón de traje (tiro largo, muy pasado de moda, prenda de confección standard) y camisa de vestir sin corbata fueron su atuendo habitual. En sus ademanes cabe subrayar cierto matiz que ayuda a comprender al personaje: cuando los rasgos de su cara están laxos, distendidos, dibujan un rictus sombrío. Esa profunda pena que trasunta - aparentemente - el rostro del Sr. Manrique, ha sido el origen de su raro prestigio: se lo tiene por un indivi-duo melodramático. Sin embargo, en cuanto la cara se anima, movilizada por los sentimientos o el énfasis de la con-versación, aflora frecuentemente una sonrisa esforzada, penosa pero de cáli-da simpatía. Lo indudable es que anida en el alma de Manrique una pizca de actor: modula la voz con suavidad con-vincente, efectúa pausas propias del radioteatro, destila un timbre sentimen-tal que el interlocutor no sabe si adjudi-car al toque demagógico infaltable en un político, o a un auténtico tempera-mento emotivo.
Manrique invitó a nuestro enviado con una cerveza nacional bien helada que sirvió personalmente en vasos grandes de cocina. No hubo testigos ni se interrumpió la conversación en ninguno de los tres encuentros que compusieron este Interviú. La charla tuvo, en ocasio-nes, una cortina sonora de fondo: “Car-mina Burana”, cuyos acordes y letra picaresca entusiasman al ex-candidato presidencial. En la entrevista final, que sirvió para redondear los temas, Manri-que confesó su ansiedad por ver “El Padrino, parte II”: “Si terminamos tem-prano, esta noche la veo. Estoy solo en casa y no tengo nada que hacer”. Hacia las nueve de la noche, reportero y reporteado salieron juntos del antiguo edificio de la calle Suipacha donde Manrique vive y recibe: el político llamó un taxi, se metió de un salto y le dijo al conductor: “Vamos al cine Metro”. Todo indica, pues, que se dió el gusto. Días después, mientras se procesaba el material de la entrevista, en un trabajo muy lento por causa de la inusitada extensión del borrador (más de 80 cuartillas que debían ser sintetizadas y depuradas) Manrique telefoneó varias veces, inquieto por la tardanza: “Quiero corregir ese texto - aclaró - ...Yo sé como son los cierres. No vaya a ser que, con el apuro, se vean obligados a mandar el reportaje a imprenta sin que yo lo vea”. Cuando se le explicó que existía un compromiso de honor en el sentido de someter el artículo a su aprobación, línea por línea, deslizó una acotación que lo pinta de cuerpo entero: “Está bien. ¿Sabe lo que pasa? Uno hablando se entusiasma y dice cosas. Después salen publicadas. En fin, no quiero quedar como el culo en un minuto”.

Francisco Manrique: ¿Qué despelote es este, che?
Satiricón: Es un Interviú basado en una batería de cien preguntas. No tiene la técnica de un reportaje común sino más bien la de un test psicológico. Y a partir de esas preguntas, todos los temas que fluyen normalmente en una conversación. ¿Usted leyó la entrevista al Ing. Alsogaray?
F.M.: No, me la comentó mi hijo que es fanático de ustedes. Me dijo: “Che viejo, si te llaman los de Satiricón para un reportaje, agarra viaje... Alsogaray quedó bastante bien”. La semana pasa-da, cuando ustedes me llamaron, le pre-gunté a mi hijo si no tenía el Satiricón de Alsogaray, pero lo había prestado. Aceptar una entrevista con ustedes es como poner la pierna en una vía cuando está por pasar el tren... ¿No?
S.: No en este caso. Usted corregirá personalmente el borrador.
F.M.: Bueno, macanudo. Empecemos.
S.: ¿A qué edad empezó a quedarse pelado?
F.M.: Parece que ha sido una mala cos-tumbre desde chico. Me empezaron las entradas, que yo recuerde, a los 15 ó 16 años. Ya a los 21 me jactaba de que estaba medio pelado. Luego, entre chiste y chiste, me fui quedando pelado del todo. Yo a mis hijos les explicaba que la pelada era síntoma de inteligencia. Entonces mis chicos iban conmigo buscando pelados, es decir, buscando quiénes eran más inteligen-tes. Cuando encontraban a alguien más pelado que yo, decían: “Papá, aquél es más inteligente que vos.
S.: ¿O sea que nunca tuvo un complejo con la pelada?
F.M.: No. ¿Por qué? Al contrario; además todos los que se dedican a analizar a los hombres hablan bien de los pelados.
S.: ¿No intentó luchar contra la calvicie ni nada por el estilo?
F.M.: Pero digo una cosa, ¡yo tan pelado no soy!
S.: No, no; es cierto, ahora que lo veo...
F.M.: ¡Ojo, eh! Cuidado con eso. Yo tengo la frente ancha.
S.: ¿Qué usa para dormir? ¿Camisón o pijama?
F.M.: Pijama
S.: Usted tiene una expresión trágica.
F.M.: Lo que pasa es que me preguntan cosas trágicas. Si preguntaran cosas alegres sería el tipo más simpático del mundo.
S.: ¿No lo hará para impresionar? ¿Esa cara de tragedia que usted pone no será prefabricada?
F.M.: No, no es una imagen que he prefabricado. Lo cierto es que lamenta-blemente me he propuesto decir lo que siento. Como por desgracia se me pre-gunta sobre cosas que no son agrada-bles, mi cara traduce exactamente lo que siento. No puedo poner otra. Pero de cualquier manera, soy un tipo diver-tido.
S.: ¿Qué clase de chistes lo hacen reír?
F.M.: Me gustan los chistes que me sorprenden. En general yo tengo la mala costumbre de que, al hablar con una persona, ya a la altura de la mitad de la pregunta, entiendo todo lo que me va a decir; y otra mala costumbre mía es interrumpir. Entonces me agrada el chiste ese que me sorprende, o sea, que me gana: es una especie de batalla entre el chiste y yo. Por eso hay chistes que, no siendo muy graciosos, por el hecho de haberme sorprendido, me hacen gracia.
S.: ¿Usted sabe pelear?
F.M.: Cuando he tenido que hacerlo, lo he hecho.
S.: ¿Qué sistema tiene: boxeo, karate, arañazo, empujón?
F.M.: Trompada criolla.
S.: ¿Hace mucho que se peleó por última vez?
F.M.: Ayer justamente estábamos recordando con mis hijos lo que yo creo fue mi última pelotera callejera. Fue en Miramar, en Carnaval. Mis hijos tenían la mala costumbre de mojar a todo el mundo. Ellos siguen diciendo que no habían mojado a nadie. Pero alguien se molestó, y de golpe me encontré con que estaba el segundo de mis hijos pe-leando con un grandote; no, eran tres grandotes. Entonces yo, como padre metido en el lío, tuve que salir a arreglar el negocio. En el negocio no cabía dia-léctica sino trompadas. Bueno, el final de todo esto es gracioso, porque al día siguiente salió en “El Mundo”, o algo parecido, que Manrique y sus hijos habían sido atacados por Tacuaras y que, a trompada limpia, habíamos “ahu-yentado a los maleantes”. Fue una ver-sión bastante sui generis. En ese mo-mento, justamente, andaban los Tacua-ras en líos.
S.: ¿Vió “El Ultimo Tango en París?
F.M.: No
S.: ¿Cuál fue la última película audaz que vió? ¿Qué le pareció?
F.M.: Las películas de ese tipo no me atraen. Cuando voy al cine busco pasar un rato agradable. Por ejemplo, en este momento estoy deseando ir a ver “El Padrino II”, o esa película de la torre que se incendia. Tanto, que esta noche pensaba hacer una cosa de esas. Es decir, busco ese tipo de películas. La otra, la del estilo freudiano, sinceramen-te no me convence. Creo que hay mu-cho snobismo entre la gente que va a ver esas películas. En una palabra, tien-do a lo que me hace pasar un rato agra-dable. Por ejemplo, una película que me gustó mucho y que le va a parecer a usted película rosa, es esa de los chicos que dan la vuelta al mundo en barco. Me encantó y seguramente es comparable a aquellas novelitas de cuando era joven; las novelas de Delly. Si, me gustó esa película. Palabra que fue un placer verla. Inclusive ver la inocencia del amor. Al revés de esa que usted men-cionaba, que es la truculencia del amor. En el amor debe haber un extremo burdo y un extremo idealista. A mi me gustan las cosas equilibradas. Creo que, además, por otro lado, el hombre tiende a lo normal y yo, gracias a Dios, me considero un tipo normal: me salie-ron los dientes en el momento que correspondía, caminé cuando corres-pondía, hablé cuando correspondía...
S.: La censura argentina en cuanto al cine tiene un código muy preciso. Es similar al que rige en otros países. Este código dice por ejemplo: se puede mos-trar pecho de mujer; si, pero durante 10 segundos, no más, medio pezón, media cola; hombre desnudo nunca, y menos en momentos críticos; hay como un pro-rrateo, un porcentaje, que se aplica elásticamente, pero se aplica. ¿A usted qué le parece?
F.M.: Yo estoy en contra de la censura, sinceramente lo digo; creo que la censura la hace el pueblo. Instintivamente, el público efectúa su propia censura. La prueba está en lo que ocurre en otros lugares del mun-do. Por ejemplo, en las calles de Ams-terdam, o Copenhague, usted ve a esas mujeres que están colocadas en vidrie-ras; al final son solo una atracción para el turista. Es decir: no provocan ninguna lascivia o lujuria extra. Al contrario, son una cosa más para el turista. Veamos el caso de las películas: hace poco leí que, independientemente de lo que hace Giscard D'Estaing con los impuestos sobre las películas que están cargadas de tono, llamadas eróticas o pornográ-ficas directamente, la gente las recha-za. Es decir que poco a poco van vol-viendo como una reacción natural, como en un principio de acción y reac-ción, a lo que es la normalidad. Porque el hombre, en su término medio, es normal. Lo otro es una curiosidad. Esa curiosidad se da una vez, dos veces. Es un poco como ir al museo. El museo de la porquería, en este caso. No conside-ro mal que una persona vaya pero me parece mal aclimatarse a vivir en la porquería, que es completamente distinto.
S.: ¿Si usted fuera gobierno, su actitud ante la censura sería tan liberal como la que proclama ahora desde el llano?
F.M.: Es muy difícil decirlo, porque una cosa es hablar como yo, en este mo-mento, sin responsabilidad y otra es con responsabilidad. Desde ya le digo que no haría la censura tipo Onganía. Eso se lo puedo decir desde ya. Lo que no sé decirle es si de golpe instauraría una libertad completa. Usted me pone real-mente en un problema. Es el problema de contestarle con sinceridad. Si yo le dijera que he de abrir todas las vallas de la censura, mentiría. Mentiría. Pero también hay un problema de acostum-bramiento nacional, hay un problema de reacciones, es un problema político y no solo ético-moral. Pero mi tempera-mento es ese que le mencioné y traté de explicar a través de esos ejemplos 
S.: ¿Es cierto que durante sus años mozos usted fue un picaflor?
F.M.: ¿Picaflor? Mire, mis años mozos pasaron muy rápido. A los 15 años entré en la Escuela Naval, y le aseguro que la Escuela Naval no da tiempo para ser picaflor. A partir de allí hice mi carrera naval, me casé y luego la vida me echó en esto que se llama política. En reali-dad soy un hombre que se queja de su vida joven porque fue muy corta.
S.: ¿Qué opina del donjuanismo?
F.M.: Se ha escrito mucho sobre ese tema. Según algunos es exceso de cosas, según otros es falta de cosas...
S.: Uno de los problemas claves de nuestro tiempo es la libertad sexual. Yo quiero que usted me haga una exposición completa sobre el tema: la libertad sexual hoy, cómo es y cómo debe ser, antes y después del matri-monio, para el hombre y la mujer. Todo el tema. ¿Cómo lo ve?
F.M.: Mire, yo vengo de un mundo en el cual se nos criaba según el ordena-miento convencional en la sociedad. Muy posiblemente, en aquel mundo el primer problema, la primera cuestión, era lo sexual. Las cosas han cambiado mucho y en este momento yo no se si el principal problema para un joven es lo sexual. Estoy hablando de jóvenes. Otras cosas se han interpuesto: por ejemplo el fanatismo de la guerrilla, la drogadicción, es decir que el mundo ha ido agregando cosas. Usted se refiere concretamente a la libertad sexual. Ahí también vuelvo a decirle que la libertad es lo que va generando poco a poco las normas de la persona. Yo hablaba en el año 68, en Yugoslavia, con un chico que me explicaba la libertad sexual que existía en su país. Y uno de los temas de la libertad sexual era, por ejemplo, el derecho de aborto para la mujer. Es decir que la mujer podía hacerse, me parece, a lo mejor me estoy equivo-cando, pero me equivoco de buena intención, tenía derecho a hacerse dos abortos por año. Los abortos quedaban registrados, por supuesto, en las agendas de los médicos, o en el registro que tenía el sistema sanitario de Yugos-lavia. Se comprobó que la mujer era reacia, primero, a que se oficializara su aborto, y, segundo, que el hombre era reacio a casarse con una mujer que hubiera abortado. Usted ve como ense-guida se produce el efecto contrario y, al final, comentaba este chico, “acá se si-guen las mismas costumbres que un país capitalista, siendo un país comu-nista”. La libertad sexual también es una cosa que lleva solita a la normali-zación. Cuando se habla de libertad sexual no podemos escarbar sin hablar de homosexualismo ¿verdad? Hay gente que hoy ve a los homosexuales en la calle y dice ¡es el fin del mundo!. Yo creo que es una desgracia endémica y universal. Esa desgracia endémica a veces se muestra. Si nosotros miramos la historia, hay épocas en que se ha mostrado y hasta era popular. Hoy, no digo que sea popular, pero evidente-mente el asunto está consentido, y eso no significa que el mundo se termine, porque si siguieran las cosas así no nacerían más hijos. Sin embargo, el mundo seguirá teniendo hijos. Lo que ocurre es que esa endemia a veces no aflora porque los cánones morales -le advierto que moral es el conjunto de las buenas costumbres- se aflojan, luego se vuelven a endurecer, y seguimos un proceso así de ondas, que va marcando todo el sistema de la moral sexual. Hoy se habla mucho en todo el mundo de libertad sexual. Tampoco es una nove-dad, la historia nos habla de muchos poderosos de la tierra que, como condi-ción, tenían que ser bisexuales. Eso lo saben todos.
S.: ¿Conoce la playa de Saint Tropez, en Francia?
F.M.: Si
S.: ¿Le gustaría ver algo así en la Argentina?
F.M. :Mire, es un problema de acostum-bramiento, pero le advierto que la Playa Saint Tropez... usted se refiere a los pe-chos al aire, al desnudo, ¿no?... en este momento está dando lugar a una reac-ción. Parece que vuelven a usarse las mallas enterizas.
S.: Bueno, pero mientras dura el estilo de Saint Tropez, es un recreo para la vista. ¿A usted le gusta ver o prefiere no ver?
F.M.: Por supuesto. El cuerpo humano está hecho de una determinada manera que puede ser bella. Indudablemente, es mucho más lindo ver a una chica mona que a una gorda fofa.
S.: Esa moda actual tan audaz, que a su debido tiempo volverá a la normalidad, pero que ahora impone las telas transparentes y los pechos sin corpiño, ¿le divierte?
F.M.: Yo le quiero decir una cosa: traté de ser muy objetivo. A mi me gusta la libertad, pero tengo muchas trabas frente a la libertad. Usted me está pre-guntando todo esto y yo lo aplico a una persona que no conozco. Si usted me preguntase si yo le aplicaría esa facilidad a mi hija, le diría que no. Yo soy un hombre que ha vivido la libertad con muchas trabas, de las cuales en el fondo me enorgullezco.
S.: ¿Usted tiene o tuvo algún animal muy amigo suyo?
F.M.: Mire, en este momento hay en casa una perrita; lo único que le falta es hablar. Comparte los sentimientos. Es increíble esa perra. Y eso que usted ve allí es un pedazo de árbol. Y ese árbol fue mi amigo. Los hijos míos, cuando pasábamos cerca del árbol, decían que bajaba la copa y saludaba. Yo me hice muy amigo del árbol. Y un día cayó un rayo y se quemó. Ahí está su recuerdo...
S.: ¿Qué árbol era?
F.M.: No sé. Un árbol viejo. ¡Ah! y volviendo a los animales le informo que ahora mi hija incorporó a esta casa un cachorrito dálmata.
S.: ¿Por qué no quiere que le digan capitán?
F.M.: Porque no soy capitán.
S.: Pero lo fue.
F.M.: Usted también fue conscripto y no le dicen recluta. La única diferencia que tengo con usted es que la conscripción suya duró un año y la mía treinta. Pero yo me fui de baja. No estoy retirado. Me fui de baja. Y hace dieciocho años de eso. Ejercí la profesión durante treinta años, con mucho honor, y voluntaria-mente me fui. Eso significa que he roto todos mis vínculos con la Marina. Además, la ley en ese sentido es muy estricta. Cuando yo me fui de baja lo hice por mi voluntad y por lo tanto perdí todos los derechos, absolutamente todos, para mi y para mi familia. No figuro en ninguna lista de pagos.
S.: ¿Qué significa para usted la palabra “honor”?
F.M.: ¡Honor! ¡A la flauta, qué pregunta! Honor, para mi, es la autenticidad y la capacidad de demostrarla.
S.: ¿Y qué le dice la expresión “viejo verde”?
F.M.: El viejo verde es un chanta que la va de macho...
S.: ¿A usted le cae bien que la gente lo mencione como “ese loco de Manri-que”?
F.M.: No, a mi me revienta, sinceramen-te me revienta. Está mal que lo diga, porque ahora cuando salga Satiricón me lo van a decir mucho más. Pero si la locura es hacer lo que se debe hacer sin miedo a nada, entonces...
S.: ¿Qué normas morales le inculcaría si tuviera hoy un chico chiquito para criar, para empezar de nuevo?
F.M.: Yo tengo un hijo de 31 años, otro de 28 y otro de 25. Son: médico, abogado e ingeniero. Una hija de dieciséis. Cuatro nietos de 5, 4, 2 y 1.
S.: Y ¿qué trata de inculcarles?
F.M.: Autenticidad. Autenticidad. Cuan-do lean esto, mis hijos van a decir: ¿qué tiene que meterse el viejo con los chicos? Pero de cualquier manera, algo influyo, a través de los padres, en mis nietos.
S.: Hoy en día se está hablando mucho de todos los escándalos de tipo económico. Parece haber una crisis de moralidad, sobre todo de carácter eco-nómico-administrativo; pero haciendo un poco de memoria en todos los gobiernos se ha dicho lo mismo. En la época de los gobiernos militares, mu-chos hablaron de negociados.
F.M.: Eso era mentira...
S.: En la época de los radicales, se rumoreaba que dos o tres políticos eran dueños de todos los taxis. Serán infun-dios, o tal vez verdades, o semiverda-des. En la época de los peronistas corren rumores sobre algunos gremia-listas ¿Cómo es esto de la honestidad en la Administración Pública?
F.M.: Yo creo que en todos los gobier-nos, lamentablemente hay una ende-mia de deshonestidad, porque la raza humana es así. Creo que nunca se va a terminar con una cosa de esas. Pero, de cualquier manera, esta época en que vivimos nosotros muestra graves sínto-mas de corrupción. Le advierto que mi cabeza está orientada a no perderme en los síntomas. Es decir, me dicen que López Rega se llevó medio país, que Casildo Herreras hace esto, que Lorenzo Miguel hace lo otro; es decir, que Lastiri a más de la gran cama came-ra se compró un barco, o no se lo com-pró, etc., etc.. Me parecen consecuen-cias de un fenómeno anterior, que es el mal ejemplo. Aquí nos podemos dar cuenta todos de que, eviden-temente, el poder presidencial no está muy prestigiado. En una palabra, creo que del prestigio del que manda se deduce, y se induce al mismo tiempo, la honestidad. Fíjese, siempre lo digo, y nunca lo he hecho públicamente: a mi me tocó ser Ministro de Bienestar Social. Y creo, lealmente, que en mi época, si ha habi-do alguna cosa deshonesta, por de pronto no lo he sabido, y si ha existido, ha sido muy chica. Porque si agarraba a alguien con las manos en la masa, lo hacía polvo. Todo el mundo sabía que era así. Es decir que a la moralidad, a la honestidad, hay que ayudarla. En ese sentido estoy un poco de acuerdo con el que dice que todo el mundo necesita un buen policía...
S.: ¿Usted de qué vive?
F.M.: Mi situación económica es muy simple. Soy director de un semanario y director de un Instituto de Estudios.
S.: ¿Es cierto que los marinos son todos masones?
F.M.: Es absolutamente mentira. Yo he vivido en la Marina muchos años. No tenía la menor idea de lo que era la ma-sonería. Recuerdo que cuando estaba en la Casa Militar, en el año 1956, alguien me dijo que los masones saludaban doblando un dedo. Un señor vino y me dió la mano, y sentí el dedo, y dije “éste se equivocó”. Lo traté pésima-mente, y cuando estaba sentado frente a mi, me di cuenta de que tenía era una parálisis en ese dedo. ¡Pobre tipo!
S.: A lo mejor es mentira en el sentido de la masonería como organización, pero los marinos creen en ciertos valores tradicionalmente liberales.
F.M.: Pero eso no es masonería, es decir, la masonería puede creer en la libertad, pero creer en la libertad no significa ser masón. Me parece que ese mito nació en la época de Villada Achá-val, aquel ayudante o asesor de Lonar-di, que fue secretario general de la pre-sidencia e hizo política poniendo por un lado su clericalismo contra los que no eran clericales. Aparentemente fue allí donde nació ese rótulo de masón.
S.: Se llama masón al anticlerical por extensión.
F.M.: Si, pero de cualquier manera, son epítetos que se lanzan según las épocas. Antes, mucho antes, segura-mente usted era demasiado chico, se hablaba de los cipayos, y después se hablaba de la antipatria, y ahora se ha-bla de la sinarquía. Son frasesde tipo político-especulativo.
S.: ¿Qué relaciones tiene usted con la Iglesia? ¿Va a misa, le dió una educa-ción católica a los chicos?
F.M.: Yo soy católico. Soy ex-alumno marista. Por supuesto, voy a misa. No me hernio por llegar a tiempo, le aviso. Creo ser un hombre honestamente cris-tiano, pero no un fanático. Una vez ha-bía dos hijos míos acá en esta casa, durmiendo o a punto de dormirse. Eran chicos, y uno le decía al otro: “Fulano, rezá por la Misión” - porque había una misión evangélica, o algo así - y el otro le decía: “Callate la boca”. De nuevo volvía el primero: “Fulanito, rezá por el Papa”, “Callate la boca”, le decía el otro, “Dejame dormir...”. Y la tercera vez le dice, “Fulanito, rezá...” “¡Callate la boca!” - respondió - “¡Chupamedias de Dios!”. Bueno, yo no soy chupamedias de Dios.
S.: ¿Le gusta ver televisión?
F.M.: Mire, la verdad es que en esta época, muy poco, porque a veces me espanta lo que veo. Hay un grado de incultura infernal.
S.: ¿Qué es lo que más le espanta?
F.M.: Al final parece mentira, pero uno tiene que recurrir a las series importa-das. Realmente, el nivel de cultura popular que impone el gobierno del Pueblo es atroz. Que me perdone Irma Roy, pero su programa es malísimo...
S.: ¿Alguna vez fue a una fiesta con gente del espectáculo?
F.M.: Yo le huyo a eso.
S.: ¿Por qué le huye?
F.M.: Prefiero conversar con una persona, no me gusta el apelotona-miento de jugadores. En general le huyo. Hace poco hubo una reunión en el Cinzano Club. Al principio estuve por ir pero luego, como me ocurre siempre, no concurrí...
S.: Dicen que todas las buenas perso-nas quieren a los animales ¿Usted está de acuerdo con esta norma?
F.M.: Tengo que estar de acuerdo con lo que me dice a través de mis hijos. Yo creo que si. Yo tengo el mayor mío que prácticamente conversa con los caba-llos. Tengo el segundo que domina cual-quier perro. Aunque esté rabioso, lo mira y lo deja aplastado. Tengo el terce-ro que también anda con los caballos. Y tengo la cuarta, que es mi hija, que es increíble. Hay un potro indómito, se le pone enfrente y lo monta. O sea, hay algo que no se puede definir pero que existe, evidentemente existe.
S.: Pero esa identificación del amor a los animales con la bondad... ¿Le pare-ce correcta?
F.M.: Depende. Es una frase. Querer a las arañas o a las víboras parece no ser síntoma de bondad... ¿Qué pensaría usted si un tipo le dijera: Yo quiero a los sapos, yo quiero a las ratas.
S.: No creo que sea bueno o malo por eso.
F.M.: Por eso le digo. Es una frase, nada más.
S.: ¿Por qué los argentinos somos tan chantas?
F.M.: Bueno, porque vivimos de impro-visación en improvisación. Concebimos al poder como poder puro. Parece que buscamos el poder exclusivamente para ejercitarlo, sensualmente. No comprendemos que el poder es total-mente contrario a la sensualidad: es la obligación, es lo que se llama vocación de servicio y el ejercicio de esa voca-ción que es dar, dar, dar... y resulta que no se da nada. Bueno, cuando no se da nada y se gobierna mal, la compensa-ción más fácil es hacer demagogia, y así se va destruyendo al país.
S.: Ahora se habla mucho de que la Señora tendría que hacer un renuncia-miento. No lo dice usted, que justamen-te opina lo contrario, pero muchos políticos la exhortan a un renunciamien-to patriótico, que es un eufemismo para pedirle la renuncia. Esa virtud del renunciamiento no es fácil. Muy pocos serían capaces de renunciar a algo que les gusta. Usted por ejemplo: para que hubiera aquí un gobierno democrático de clase media, ¿le abriría el paso al general Lanusse u otro candidato?
F.M.: Pare un momentito... Ella es la representante, no sé si manejada o no, pero es la representante de un grupo. Acá no se hace nada con eliminarla a ella. Algunos creen que, sacándola a ella, la cosa se soluciona. Sacándola a ella, lo que viene es lo mismo con que nos iniciamos. Por eso yo estoy en des-acuerdo con ese proceso. Y sigo insis-tiendo en el milagro de que ella gobierne bien. Cosa que a esta altura me parece imposible. Ahora bien: cuan-do hablo así, parece que estuviera diciendo que la única salida es el golpe. Entonces también advierto que el golpe no es una salida. Pero refresquemos la cabeza. No creo que el hecho simplista de que ella se vaya termina con esta cuestión. O ¿es que acaso no tiene res-ponsabilidad Calabró? O ¿es que no tiene responsabilidad Miguel? O ¿es que no tiene responsabilidad Robledo? O ¿no tienen responsabilidad todos los que están alrededor, y que han estado mercando políticamente con el poder?
S.: Si lo trasladamos entonces a su caso, (esta es la otra parte de la pregun-ta) ¿usted sería capaz de renunciar, de abrirse del proceso electoral para que pudiera ganar alguien parecido a usted, con mejores chances que usted?
F.M.: Si, cómo no, yo sería capaz. Pero tráigamelo, que lo vea...
S.: Bueno, entre los candidatos a la vista, tal vez fuera Lanusse o alguien de esa línea...
F.M.: Hasta ahora no veo ninguno...
S.: ¿En qué país le gustaría vivir, de no ser Argentina?
F.M.: Nunca pensé en la posibilidad de vivir en otro lado.
S.: ¿Qué cosas podríamos aprender, de qué países?
F.M.: ¡Ah! De muchos países se pue-den aprender muchas cosas. El año pasado tuve dos invitaciones a Europa, así que pude recorrer Inglaterra, Espa-ña, Francia, Yugoslavia; y aprendí mu-chas cosas.
S.: ¿Y de todos esos países que usted ha mencionado, qué podemos apren-der?
F.M.: Yo creo que al final todo se resume en lo que puede estar contenido en el pensamiento del Vaticano. ¡Mire lo que le estoy diciendo! Es decir; la Igle-sia, a pesar de tener los ojos puestos en el cielo, tiene los pies sobre la tierra y evidentemente está pensando en la Humanidad que viene, con su experien-cia secular. Esa Iglesia no es ajena a la buena orientación del mundo. Yo digo que debe ser ajena a la dirección, pero sí debe intervenir en la orientación. Es lo que le corresponde. Entonces, a par-tir de esa expresión o esa orientación que yo entreveo, la Iglesia -fíjese que no le estoy hablando en nombre de ella, no cometo la irreverencia ni la petulancia de hablar en nombre de la Iglesia- va señalando las fórmulas más cercanas a la justicia social. Para mí Francia es también un gran ejemplo, un gran país, porque es un punto de convergencia de muchas cosas. Francia ha creado una inmensa cultura y, evidentemente, está demostrando ahora que también tiene una gran madurez en el plano cultural de la política. Yo miro a Francia con grandísimo respeto, después de haber conversado con políticos franceses de todas las tendencias, desde un Giscard D'Estaing a un Mitterrand. Tuve la suerte de conocer personalmente a mu-chos. Francia nos permite entrever el mundo que viene. Realmente, alguna vez tenemos que mirar hacia el frente, en función de los valores del futuro, no de los valores actuales. Cuando se habla de un proyecto nacional, se cae en un tremendo error. Se extrapolan los indicativos actuales hacia un punto determinado, pongamos el año 2.000. Entonces se dice: bueno, en aquella época vamos a necesitar tal cosa, olvi-dando que el hombre es el protagonista que tienen que necesitar esa cosa, y olvidan que el hombre es cambiante, y que se mueve según distintos fenóme-nos. Para mí, el proyecto nacional es imaginar qué va a ser el hombre en el año 2.000 y empezar a plantear los ca-rriles para que, realmente, ese hombre esté logrado. Colocar todo a su servicio. Por eso, desde ya le digo que este proyecto nacional que está en discusión en este momento no cuenta con mi aprobación, porque tiene una base filo-sófica distinta a la mía.
S.: Además, en general se comete un error infantil, producto de lecturas histó-ricas mal digeridas, porque los proyec-tos nacionales nunca se escriben. Se hacen, directamente, y después la hi-storiografía deduce que en determina-da época existió un proyecto nacional.
F.M.: Si acá buscan el famoso proyecto del 80, verán que jamás se escribió. No lo van a encontrar “gobernar es poblar”. El modelo nacional se hace. Ahora se dan cuenta de que con el del 80, se hizo. Pero que falta hacer. Es un poco la men-tira de los planes quinquenales, los pla-nes trienales y todo eso. Aquí tenemos que saber qué es el hombre que viene, qué tenemos que darle a ese hombre y cómo tenemos que darle las estructuras para que dentro de esos carriles de pensamiento y acción, ejerza su liber-tad. Eso es lo que yo considero un pro-yecto nacional.
S.: Cuando de publique esto, ¿no teme que lo acusen de europeizante, por su admiración hacia Giscard D'Estaing?
F.M.: ¡Yo no tengo miedo de nada! No sé si llamarle temor, por lo menos siento disgusto hacia la dialéctica. La dialéc-tica es una cosa que va enredando a la gente, y no hay argumento lógico que usted pueda oponerle a un hombre que hace dialéctica. Puede presentarle la mejor solución del mundo, y el dialéc-tico le responde: “Si, usted dice eso por-que es representante de los monopo-lios”.
S.: Al margen de la dialéctica, muchos podríamos coincidir con usted en esa admiración por Francia, sobre todo por los políticos franceses, que son muy brillantes.
F.M.: Son sensacionales. Le advierto que yo hablo también de los opositores a Giscard d'Estaing. ¿Sabe por qué? Porque Francia tiene un grado de políticos que no tiene la Argentina. Ese grado es el de los repúblicos. Allá tienen repúblicos, y aquí no. Aquí solo hay polí-ticos.
S.: ¿Y cuál es la diferencia?
F.M.: El sectarismo. Llega un momento en que un partido político parece una secta. Por eso aquí has signos políticos que son algo así como hereditarios. Tal como hay heredo-sifilíticos, hay here-do-radicales o heredo-peronistas. Algu-nos tipos son radicales porque era pa-pá, porque era mamá, porque era mi abuela, porque era mi tía. Hay una cosa superior a todo eso que es la segrega-ción política civilizada. Es el hombre que hace conjunción por arriba de todos ellos, es el repúblico que hace política en su carácter de repúblico. Es que se han quedado. Aquí hemos visto a ex-presidentes de la República, que ya podían ser repúblicos, y cuando dejan la presidencia caen otra vez en el llano, para hacer una especie de gregarismo.
S: ¿Acá no ha habido nada que se pa-rezca a un repúblico, alguien que usted pueda señalar como ejemplo?
F.M.: Yo creo que Juan P. Justo fue un repúblico.... Creo que Palacios no llegó a ser repúblico: retrocedió al final de su vida. Creo que Repetto fue un repúbli-co. Alem fue un repúblico, pero a su ma-nera, porque fue víctima de frustracio-nes, postergaciones, dolores. Alem tuvo una cuna brava. El padre de Alem fue acusado de mazorquero y él tuvo que presenciar su ejecución. Pero en fin, su personalidad alcanzó la grande-za política del repúblico. No así Irigo-yen, que no fue repúblico. Como tampo-co lo fue Perón. Ha sido Perón un políti-co eximio, posiblemente el caudillo ca-rismático más grande que ha existido en este siglo, en cualquier país, pero no fue un repúblico. Le faltó mucho...
S.: ¿Es cierto que aquí se come mejor que en cualquier otra parte del mundo?
F.M.: Hay mucho cuento con eso. Pero si le puedo decir que en este país come todo el mundo. Y que las huelgas se hacen después de comer. En otros países las huelgas se hacen para co-mer.
S: ¿Usted conoce y comprende al mun-do moderno? Me refiero a las nuevas costumbres de la juventud, la moda, el rock, todo eso.
F.M.: Con referencia a la juventud, yo creo que la interpreto muy bien. Me gusta conversar con los jóvenes. Y vuelvo a repetirle lo que le decía hace un rato con respecto a mis hijos. Yo cuando converso con ellos hablo en el mismo tono y me siento en su misma edad. Y tengo la satisfacción de ver que ellos también me ven a la altura, digamos, de su experiencia. No, no, eso está mal decirlo, es una palabra incorrecta. Me ven, digamos, como un tipo que comprende fácilmente lo que ellos pasan. Por supuesto, a eso le agregamos la madurez, le agregamos la experiencia. Conozco los límites de lo posible, tengo la actitud realista que da la experiencia, pero al mismo tiempo comprendo a esa juventud, que está viviendo un tiempo distinto al que he vivido yo, Así como, en cultura, un año de hoy equivale a dos años de hace quince, en ciencia y técnica, un año de hoy equivalen a diez de hace quince años. Y un año en la vida común, en la suma de todo, ya no sé a cuánto equi-vale, porque hay una cantidad impresio-nante de factores que aceleran. Por ejemplo, la inflación. Un chico le pide dinero a la madre para comprar el saco que vió ayer en la vidriera, y cuando lle-ga ya vale más. Todo eso se traduce en una vejez prematura. Es decir: esta juventud nuestra está sintiendo el pro-ceso de la vejez en su juventud. Está adquiriendo la mente que tienen aquellos que yo llamé alguna vez los inválidos sociales. Llamaba inválidos sociales a los hombres que, con más de cuarenta años, al salir de un trabajo eran rechazados en todas partes. No eran ni jubilados ni trabajadores. Eran viejos para la sociedad y jóvenes para las leyes de previsión. Hay a montones. Resulta que ahora, después de estos años de disloque económico y falta de horizonte, ese fenómeno de inválido social le llega también a la juventud, y hay inválidos sociales muy jóvenes, chicos que terminan de estudiar y no saben para qué les sirvió la carrera que estudiaron, o chicos que están en la mi-tad de la carrera y no saben qué les va a pasar. Y usted mismo no sabe si, dejan-do este trabajo, tiene un empleo des-pués.
Es tremendo. Hay una vejez prematura. Ese proceso de frustración, ese proce-so que hace sentir que se termina todo, ya lo sufre la juventud, y la juventud reacciona en rebeldía. Yo siempre he sostenido que hay un banco. el “banco de la vida”, aparte de los aprobados por el Banco Central. En ese banco todos tenemos un depósito de años por vivir. A mi me tocó consumir, de ese depósito, una buena cantidad. A los jóvenes les toca todavía mucho por consumir, tienen mucho crédito, más que yo. Ellos son los socios mayoritarios en la exis-tencia de capital: el capital de vida. Pero yo pertenezco al Directorio en función de mi experiencia. Tengo que compren-der la angustia de esa gente que es depositante de años de vida. Cuando yo manejo mal el Directorio, estoy malgas-tándoselos. No sé si es claro el ejemplo.
S.: Si, si, entiendo perfectamente.
F.M.: Yo tengo tres hijos varones, egre-sados de la Universidad y los tres tienen problemas. Uno está en España. El ter-cero es ingeniero, especialista en hi-dráulica. Los otros dos están luchando aquí pero tentados a irse... a Irán... a Santo Domingo... a Venezuela... a Bra-sil...
S.: Le preguntaba si usted conoce y comprende el mundo moderno porque aquí hay una desconexión espectacular entre la vieja generación de políticos y los jóvenes de 20 a 35 años.
F.M.: Claro, lo que pasa es que la juven-tud es un tiempo de la vida que no se puede enmarcar, es decir: la juventud no es un partido, la juventud es apenas una condición pasajera que se vuela ra-pidísimamente.
S.: Pero es un electorado importante.
F.M.: Si, si... Si se lo trata como electo-rado, si se trata de especular con ellos, es perfecto, sobre todo para el especu-lador, perfecto inclusive para los que quieren torcerle la cabecita. Yo creo que la juventud, en este momento, tiene una tremenda desorientación. Vuelvo a decir, es el abandono que sufría la gen-te de cuarenta años hace tres, eso es lo terrible del problema. Entonces, lo que hay que hacer es abrirle las puertas de-finitivamente a esa juventud, y para abrir las puertas a la juventud hay que empezar con la ley práctica de la vida. Usted no puede tener nada si no produ-ce. Cuando produce, genera riqueza; cuando tiene riquezas, las distribuye; después que las distribuye, las redistri-buye, ese es el proceso social. O sea: hacer la justicia social para crear bienestar social, y ese bienestar social incluye la movilidad social y de allí en-tonces tenemos la libertad. La libertad es la capacidad que tiene una persona de decir: “señor, yo no trabajo más acá porque me gusta más lo otro”. O “no tra-bajo más acá porque no quiero, porque me tratan mal”. O “no trabajo más acá porque me harté”. Eso es libertad. Mientras que ahora la gente está escla-vizada. El hombre que deja su cargo, no sabe qué va a hacer. Y eso se llama esclavitud, por más Plaza de Mayo que llene el gobierno peronista...
S.: ¿No le parece que usted debería psi-coanalizarse?
F.M.: No, no. Si hago psicoanálisis es conmigo mismo. Soy un tipo que, pese a mi aspecto vehemente, impulsivo, es-pontaneo, soy todo al revés. Tengo una mentalidad cartesiana, que aplico per-manentemente, y por otra parte me ha-go una permanente autocrítica.
S: Porque el psicoanálisis es una parte vital del mundo moderno...
F.M.: Si, pero también hay mucho de snobismo. Por eso le digo que llega a ser una especie de liturgia del mundo moderno, y yo en general estoy en con-tra de la liturgia.
S.: Por qué será que conocemos mejor la intimidad familiar de Gerald Ford, el presidente de otro país, que la de nuestra presidente? A ella no le co-nocemos la familia, no sabemos qué hacen, cómo son los Martínez: prácticamente, eso es un misterio. Saliendo de este caso que puede tener particularidades, el político ar-gentino en general es muy pudoroso y muy desmañado para mostrar su vida personal.
F.M.: Es la mentalidad. Yo recuerdo que una vez, siendo ministro, un periodista me corrió por todas partes, y se enteró de que estaba tomando baños turcos. El tipo se metió en la misma sala de ba-ños y me sacó fotos, medio desnudo, envuelto en una toalla. Incluso creo que aparecí en la revista haciendo un ade-mán como para impedir que me fotogra-fiara. Y bueno, al día siguiente algunos miembros del gobierno me dijeron: “Pero che, cómo te dejaste sacar así...” Fue todo un acontecimiento. Claro, para la revista era una notaza. Pero los argentinos nos asustamos mucho, nos escandalizamos cuando nos sacan de la solemnidad y el engolamiento. En otra ocasión me sacaron tirándome al río desde mi barquito. Y yo me dejé sacar esa foto porque andaban dicien-do que tenía un cáncer, y lo quería desmentir. Así que calculé: un canceroso moribundo no se puede tirar al río de cabeza ¿No? Ese barquito es un plato. Tiene su historia.
S.: Cuéntemela.
F.M.: En cierta ocasión, la policía hizo un allanamiento y encontró los archivos de una célula terrorista donde tenían un dossier sobre mí. Se imagina que no sería para mandarme flores. Bueno, en ese informe decía: “Manrique es dueño de un pequeño barco con el que sale a navegar; está completamente desman-telado”. ¡Me dió una bronca cuando lo vi! Pero es la verdad. Y todavía sigue así: es un barquito muy marinero pero parece que le hubiera pasado un ven-daval por encima. Una vez me pregun-taron de qué tipo era y respondí: “pare-ce mi suegra en minifaldas”... 
S.: ¿A usted le gusta el rock
F.M.: Mire, no crea que me vuelvo loco, pero de cualquier manera tengo una hija acá en casa que me encaja el rock a toda furia. De manera que, me guste o no me guste, al final uno se va acostum-brando. Pero de cualquier manera creo que es una música muy de acuerdo con la época, con un tremendo ritmo. Inclu-sive el volumen que le ponen al ritmo está de acuerdo con la época estridente que estamos viviendo aquí y en todas partes del mundo.
S.: ¿Está de acuerdo con la reglamen-tación que obliga a difundir un 50% de música nacional por la radio, o sea tan-go y folklore?
F.M.: Bueno, yo ahí procedería de otra manera. Le digo sinceramente. Creo que el país está abandonado musical-mente. Hace muchos años que está abandonado. En lugar de imponer la música así, que al final es un negocio para algunos, habría que respaldar la música nacional en el ámbito nacional, y apoyar todo lo que se refiere a la producción cultural argentina. Hasta que los argentinos entiendan, sin que nos vengan a descubrir los extranjeros, que nuestra cultura es comparable a la de muy pocos países del mundo. Y yo he recorrido mucho el país, lo he recorrido como periodista, lo he recorri-do como ministro y lo vuelvo a recorrer ahora desde mi función política. Tengo contacto con una cantidad impresio-nante de artistas... (ahora señala un cuadro de su despacho) Ahí tienen la maravilla de un hombre que se ha hecho famoso en París. Acá no lo cono-ce nadie todavía. Y para colmo tiene un problema alérgico. No puede trabajar al óleo, trabaja con grafito. Uno recorre Ar-gentina y por todos lados ve maravillas. Es un país de una expresión cultural grandiosa. Usted llega al litoral, el grupo del litoral es fabuloso. Llega a Mendoza, San Juan, al norte, ¡es bárbaro! ¡es increíble! y todos prácticamente autodi-dactas...
Como hijos que somos de cepas euro-peas, que, si no son cultas en algunos casos, tienen por lo menos la vena para ser cultas.
S.: La vena latina.
F.M.: No sé si la vena latina. No me atrevería a decirle eso. Digo que es una mezcla de las mejores sangres del mundo, ¿ojo, eh?. El país es latino, pero su sangre es una mezcla donde está el sajón, el turco, el judío, está todo mez-clado y da una sangre interesante. El país de los argentinos todavía no ha podido orientar esa sangre. Estamos perdiendo sangre todos los días. Es decir: hay un genio, que yo no llamaría genio latino, hay un genio argentino que está desperdiciado. Por eso a mi me da pena cuando tenemos que ir los argen-tinos a la Bienal de San Pablo. Por su-puesto que hay muchos artistas que creen que no hay que hacer la Bienal acá. Yo le aseguro que con el poder, yo convierto a este país en clave de la cultura latinoamericana. No puede ser que perdamos la gente que perdemos. Usted va a Francia y se encuentra con cientos y miles de argentinos que van a triunfar allá. Y acá la cultura ha servido para el tinte político. Hay cultura de izquierda, cultura de derecha. ¡Ma qué cultura de izquierda y cultura de derecha! Fíjese: ese cuadro que está ahí es de un guerrillero, a quien yo no conocí. Es un guerrillero que lo mataron en Chile. Y por una cosa rara vino a parar a mí. La verdad es que el autor me lo mandó diciendo que, para él, yo era el único hombre que decía la verdad. Lo fusilaron en Chile. ¿Qué le parece? Fue un autodidacta. ¿El nombre? “Angus-tia”. Debe tener muchísimos defectos. Yo veo ese cuadro y se me ocurre a mí que el dedo pulgar está mal dibujado. Parece que le sobra un hueso. O es la forma. O es, que sé yo. Pero expresa una tremenda tensión. Eso lo pinta un hombre en la cárcel, a punto de ser fusi-lado...
S.: ¿Sabe bailar?
F.M.: Si, bailo.
S.: ¿Qué cosas?
F.M.: Bueno, yo bailo de todo, pero mi hija dice que no bailo absolutamente nada, que no sirvo; lo que pasa es que el ritmo que tienen estos niños es abso-lutamente distinto al mío y eso me sirve de enseñanza. Porque yo me digo: si no tengo ni el ritmo para bailar como un muchacho joven, ¡guarda que puedo no tener el ritmo mental para entenderlo!
S.: ¿Es barato el cine en Argentina?
F.M.: Es barato desde el punto de vista internacional. Es caro para los argenti-nos.
S.: Pero de todas maneras, con lo que se paga una entrada de cine, es muy difícil financiar una industria nacional.
F.M.: Si, pero el Estado no resuelve lo que yo digo. Aquí hemos llegado a una desproporción brutal. Y creo que podemos hacer un gran cine. Aquí hay una fuerza para hacer cine brutal. Ade-más, fíjese, lejos de los doctores, yo siento admiración por Favio. Me parece un espontáneo genial.
S.: Más espontaneo que genial.
F.M.: No, yo diría que es espontáneo y genial. Tengo entendido que tiene un pasado triste y peleado. Pero me pare-ce que es un hombre que está buscán-dose. Fíjese usted cuántas inteligen-cias argentinas se deben apagar porque no reciben la mano del que los pueda ayudar. ¿Cuántos genios deben haber por ahí? Para mi, Favio es el ex-ponente de una espontaneidad genial. Podrá discutirse que le falta técnica, conocimiento, que le falta eso que los doctores llaman cultura, pero tiene lo otro que no tienen los doctores, que no se adquiere en la Universidad. A lo mejor no hace buenas películas, pero hay cosas en sus películas, que únicamente (para mi ¿eh?) las concibe un tipo que tiene genio en la cabeza.


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