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La Hoja Federal

Número Extraordinario

 

Correo de la Tarde,

editorial del 06/12/58

 

 

 

 

 

 

La hora de todos

¿Qué esperaba para después del 1º de mayo, el hombre común que votó por el partido triunfante?
No aguardaba un gobierno extraordinario, desde luego. Hasta admitía la posibilidad de un gobierno de orden menor, pero de orden al fin y al cabo. El ciudadano común creía encontrar esa garantía frente al encarecimiento de la vida, coherencia en la administración pública, y sobre todo, eficacia. Lo que más le impresionó a ese ciudadano común fue la posibilidad de un estilo nuevo en la política argentina: equipo de técnicos, apelación a los hombres más capaces de todos los partidos o sin partidos.
Y ese ciudadano no buscaba una reestructuración sino una regeneración en las formas y en las esencias de nuestra tradicional política criolla.

 

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¿Qué esperaba para después del 1º de mayo el hombre común que votó en contra del partido triunfante?
Aparte los núcleos más exaltados aguardaban con esperanzas un cambio beneficioso; una más ancha posibilidad de convivencia dentro de la democracia y la ley. Atenuados muchos recelos, ansiaba un gobierno objetivo y veraz, realista y decidido, sin desviaciones hacia el peronismo o hacia el marxismo. En esa lenta marcha del caos al cosmos, por la que tanto y con tanta paciencia trabajó el gobierno revolu-cionario, veíase lo factible de un gran avance. No esperaba paraísos. Espera-ba encontrar el camino que llevara a él.
¿Qué esperaban los peronistas comunistas?
Un gobierno sin dirección clara, proclive a los grupos de presión, con agentes hábiles, de su tendencia, infiltrados en puestos claves y en un poder ejecutivo sensible a su influjo. El objetivo más notorio del peronismo, cuyo poder está en el campo gremial, era una ley que favoreciese la reconquista de la C. G. T. Con esa meta a la vista postergaría 

cualquier otro reclamo. Al comunismo se le ofrecía una vasta zona vacante en el campo de la cultura y la difusión, zona de trabajo lento y seguro. Miles de organizaciones laterales y de publica-ciones ruso-chinas esperaban por salir a la luz y eso sólo ya era una gran con-quista. Los dineros clandestinos esta-ban amontonados en las bolsas de un sabio administrador con títulos de embajador.

 

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Frente a estas esperanza constatamos una general insatisfacción, salvo en los grupos que saben bien "cuanto" han avanzado. Honestamente no se advier-te que el país marche hacia delante. La consternación o el anonadamiento in-vade a los espíritus. La nación no respi-ra a pulmón lleno, no labora con ánimo de solidaridad. Le hace falta pujanza para la gran empresa regeneradora. Las huelgas se suceden y nuestra economía se resquebraja fatalmente. Las disciplinas sociales están pulveri-zadas. Y las soluciones no llegan.

 

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Sin culpar exclusivamente al gobierno, habremos de atribuirle en tan desolador panorama, la mayor parte de la responsabilidad. No ha sabido acuñar un nuevo estilo, ha retrocedido hacia equipos y procedimientos que fueron negativos para el país. No ha abierto un sendero hacia las generaciones postergadas, hombres sin edad y sin posibilidad permanentemente relega-dos. Una sensación oprimente de frau-de al país, del peor de los fraudes, del fraude a la esperanza. Más que mirar con el espíritu creador el mañana, se han restaurado desde el gobierno prác-ticas machitas y caducas. Y lo que la Nación espera, todavía, es una regeneración que combine la sagaci-dad y la prudencia, el decoro y el empu-je creador.
Los procedimientos incomprensibles, los escándalos en gran escala, las 

im-prudencias de expresión, la desorienta-ción en tópicos fundamentales y la reimplantación de equipos y estilos anteriores en 1955, no señalan precisamente el buen camino. Hasta ahora el gobierno ofrece esperanzas defraudadas. Sólo reconociendo y estudiando los motivos de este hecho incontrovertible podrá recobrar su vitalidad política y la autoridad que se escapa de sus manos…

 

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Culpemos también, para ser justos, a los partidos opositores, que dan muchas veces demostración de desconocimiento de su alta misión, incorporando más esfuerzos a la confusión y no a la clarificación.
El ciudadano esperaba en sus voces el juicio criterioso y medido, y no los bramidos del toreador enardecido. Esperaba orientación, serena orienta-ción; oposición, serena oposición, pero constructiva. Esperaba el lenguaje claro y medido, y aún espera, deseando que los opositores adquieran el tono y recuperen el prestigio que se escapa de sus manos…

 

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Pero también el ciudadano culpa a la ciudadanía de la que forma parte, y se culpa a sí mismo, por haberse manteni-do alejado del problema político argenti-no en un medio sueño entre criminal y torpe.
Y ve a su alrededor mucha gente de mérito y de valores, que jamás opinó ni actuó porque no tuvo oportunidades ni interés de hacerlo, culpándolos y culpándose por muchas de las des-gracias que en el país han ocurrido y ocurren.
Entonces, siente algo nuevo en su interior que le hace recuperar un viejo impulso: el de intervenir, el de actuar, venciendo el "no te metás" tan poco criollo como poco patriótico.


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