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Argentina


Año 16 - Número 147

República Argentina, 15  de julio de 2014

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Una aerolínea nacional y popular para unos pocos

La ilusión de la empresa estatal y nacional II

El abuso a los consumidores llega desde el mismo estado que debe protegerlos de eso

Por Gustavo P. Forgione

Resulta curioso que al momento de presentar esta edición, el precio de un pasaje de avión por Aerolíneas Argentinas desde Buenos Aires hasta Río de Janeiro se ofrezca a AR $ 3.558.- más impuestos.

Esto no debería llamar la atención, ya que es lo que normalmente cuesta trasladarse por aire entre estas ciudades.

Hace tan sólo una semana, para realizar un vuelo y cumplir con el sueño de estar en el estadio Maracaná de Río de Janeiro para ver a la selección argentina de fútbol jugar el último partido del campeonato mundial, se ofrecía a una tarifa de más de 30.000 pesos argentinos, en honor a la escasa oferta y a la excesiva demanda, leyes que en un sistema de mercado libre indicarían que existe una deficiencia notable de plazas disponibles y una fiebre desmedida por parte del público demandante.

 

Un estado cada vez más ausente

En un sistema político civilizado, existen organismos de control que evitan los altibajos de precios, que no permiten el abuso de las empresas comerciales sobre los consumidores y las autoridades de transportes toman la previsión para habilitar eventuales rutas para que un pico de demanda sea satisfecho por los operadores a precios razonables.

Es evidente que esto no existió en nuestro estado ausente en todos los rubros. Sólo observamos como un grupo de jóvenes que explota el patrimonio estatal adquirido recientemente por el estado para su beneficio personal, armó una estrategia para sacar más provecho aún del que está realizando desde que el gobierno le dio a manejar una línea aérea y todo el sistema de transporte aerocomercial.

Para entender lo ocurrido cabe observar que el costo de la ruta aérea entre Buenos Aires y Río de Janeiro es similar al de la ruta a Río Grande o Ushuaia, y totalmente idéntico al de la misma ruta, fuera de la época de la final del campeonato mundial de fútbol, por lo cual, no existe razón de costos para que una empresa, cualquiera fuese, cobre un pasaje varias veces superior al establecido; sólo se trató de un abuso de posición dominante de un grupo empresario por sobre el resto de las empresas y, puniblemente, por sobre los consumidores.

Esta situación, que en una economía seria merecería la condena de las autoridades; en nuestro país, el gobierno la adoptó como válida y defendible, sin que ello merezca la más mínima vergüenza.

Cuando el grupo que administra el gobierno expropió para sí la línea aérea que ahora se presenta como estatal, argumentó que "esta empresa debería ser de todo el pueblo", que "ahora sí sería argentina", que "no podía dejarse en manos privadas un recurso estratégico nacional" y muchos más argumentos que poco tienen que ver con la realidad pero que intentaron hacerle creer a la gente que "la nueva aerolínea cumpliría con un fin social", pero que sólo sirvieron para justificar los miles de millones de dólares de erogaciones del erario, aunque ello no signifique un beneficio real, más allá de los pobres discursos.

 

Falló el control

Claramente, la ausencia del estado en el control de las tarifas, implica una falta gravísima que trae como consecuencia el abuso dominante. Desde la empresa justificaron el fraude, aduciendo que no se trataba de vuelos regulares, sino de charters; lo que resulta sólo una excusa, ya que los pasajes fueron vendidos por la empresa estatal, los pasajeros fueron despachados desde las terminales destinadas a Aerolíneas Argentinas y Austral, el personal era el mismo, los colores de las aeronaves son los mismos y la línea madre del grupo y toda la infraestructura utilizada es la de esta empresa que se disfraza de estatal, pero se comporta como una empresa privada sin control de los organismos que deberían ser, en algún momento, competentes.

A la espera de un país serio...

La falta de previsión de las autoridades de transporte aerocomercial, radica en que no se previó que el equipo seleccionado de Argentina jugaría los últimos partidos, algo que podía parecer remoto para algunos, pero que estaba dentro de las posibilidades; de hecho, ocurrió y Argentina jugó el último partido. Esto, que parecería una distracción, implica la inacción de centenas de funcionarios que cobran su sueldo para prever situaciones como estas, acordar con las líneas aéreas la eventualidad de cubrir las rutas insatisfechas y no comprometer los vuelos regulares locales.

Para cumplir con su cometido de vender pasajes a precios hasta diez veces superiores, Aerolíneas Argentinas y Austral, las dos líneas aéreas del grupo dominado por éste grupo de jóvenes otrora idealistas, canceló vuelos a Resistencia, Rosario, Santa Fe, Mendoza, San Martín de los Andes, Tucumán, Salta, Ushuaia y El Calafate, como mínimo.

Si fuera cierto que este monstruo estatal quisiera cumplir con un servicio eficiente, no habría realizado maniobras comerciales en detrimento de un servicio público y un flagrante abuso del patrimonio estatal para aprovecharse de los consumidores.

 

El problema Aerolíneas Estatales Argentinas

La cuestión Aerolíneas Argentinas está dando que hablar demasiado; si no es porque sus balances son un desastre de imposible interpretación contable, ya que no soporta una mínima auditoría; o por el abuso de posición dominante en forma permanente, o por el embate contra las empresas privadas que encuentran difícil competir contra un ariete del gobierno; en otras oportunidades, porque mantenía arrumbados en aeropuertos a varios aviones por los cuales pagaba leasing, porque no cuidaba el patrimonio que el estado le confió, porque alojaba demasiado personal en los hoteles del matrimonio presidencial; y ahora, porque se comporta como un comerciante de barrio al que le quedaron los últimos artículos de moda y abusa exageradamente en la remarcación de sus precios o, peor aún, el que compra entradas a un partido de fútbol, para revenderlas luego a un precio excesivo.

Resulta raro que, durante un año, tuvimos que escuchar desde el gobierno, un discurso que indicaba que "quien compra barato para vender por el valor real es un buitre", alguien maldito al que debemos odiar y a quien no se le debe cumplir la palabra empleada, y más aún, la escrita hace pocos años. Este discurso de barricada, sólo utilizable cuando se quiere torcer la realidad en beneficio propio, cae cuando el gobierno utiliza su aparato para comportarse de forma más grosera que la de un buitre que tiene por modo de vida el aprovechamiento de la carroña.

 

 

 

Gustavo P. Forgione
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